viernes, 3 de agosto de 2007

La Bandera Negra

Le ví por primera vez allá por el lejano 1992 cuando salía en autobús de Madrid a Valencia una clara mañana de primavera. Tras el amplio cristal atrajo mi atención la enorme figura que se agrandaba a la salida de una suave curva en alborozado contraste con el azul limpio y niquelado de la autopista hacia el sur.

Viajando y viajando esperaba con notable ansiedad su presencia tutelar en el paisaje mientras España y su compleja orografía social se cimentaban en lo que sería mi segunda patria. Cuando uno emigra comienza una extraña relación de amor-odio con el país de acogida, tal vez atizado por esa parte que desde muy dentro se rebela contra la realidad del no regreso que envuelve cada día del emigrado. Lo cierto es que el toro ayudó a comenzar a querer España, y luego amarla, profundamente amarla como solamente se ama a una mujer y, déjenme decirlo, España es muy femenina, aunque se vista de toro bravo, si le quitas la piel y los cuernos ya me dirás el pedazo de hembra que oculta el andamiaje. Eso es algo que los hombres españoles no terminan de entender y la razón principal de por qué los cubanos ligamos más en este país.

Un grupo de energúmenos autotitulados “La bandera negra”, que cursis… han dicho lo enormemente orgullosos que están de su vandalismo en aras de una Cataluña libre y soberana de España, bla, bla, bla. Sería una anécdota insípida de no ser un acto siniestro de intolerancia totalitaria. Lo que hoy le hicieron a un monumento mañana lo harán a personas. La historia es siempre la misma. Los errores también. A los humanos les encanta repetir los errores para desconcierto de los extraterrestres que nos analizan, digo yo.

Recuerdo la vieja foto de un linchamiento en el sur de los Estados Unidos allá por los años treinta. Un joven afro americano cuelga grotescamente de un árbol mientras los linchadores ofrecen su mejor perfil al fotógrafo. En sus caras se nota la naturalidad del acontecimiento, la paz del deber cumplido ante la toma de la ley por sus propias manos y el orgullo de posar junto al trofeo. Y esa imagen se repite en otros escenarios y diferentes protagonistas desde antes, desde entonces y desde ahora mismo en que tal vez unos talibanes están a punto de matar un rehén coreano en Afganistán, es posible que Al Quaeda filme la ejecución y la cuelgue en Internet como hace casi siempre y una voces completamente espeluznantes griten Alá es grande en árabe mientras el tipo muere. Pero para llegar a este punto, antes se derribaron símbolos, quemaron banderas y engrasaron la máquina del odio. El torito solo es un andamio de metal y planchas pero lo que se derribó y pateó éramos nosotros. Espero de todo corazón que les apresen y de paso terminen en la celda de algún negrazo bugarrón con un tolete del diámetro de una botella de Osborne para que vean de verdad lo que significa tener el mástil de la “La Bandera negra” en el culo.

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