miércoles, 15 de agosto de 2007

Asturias

La noche es tan infinita como el asfalto. Definitivamente soy un animal de carretera. Comienzo el viaje de 850 kilómetros a la media noche del 11 de agosto para amanecer en Asturias. A mi lado C. y Mo. duermen como pueden y yo escucho el MP4 con lo mejor que tengo en mi PC. El atlántico es calma y sosiego al comenzar el alba, inmenso y profundo ayuda en la recuperación de viejos órdenes mentales. Durante 34 años vi salir el sol por oriente y despedirse por el oeste; desde Barcelona sufro una ecuación inversa cuando miro el mar y comienza el día por el mismo lugar que le despedí en mi vieja Habana. Así que me agrada verlo a mis espaldas mientras las ruedas vuelan por la autopista del cantábrico muy despeada a esas tempranas horas.

Territorio espiritual y cultural de C. ella se transforma nada más cruzar la frontera del principado. Sus espíritus celtas se revuelven en la bienvenida y le cambia la cara y el acento logrando unos giros del castellano propios de las comarcas del oriente asturiano como si archivos comprimidos encontraran vías de liberación, se le va la vista hacia tanto verde y tanto pico de Europa, gira el cuello al ver antiguas rutas de bicicletas de su infancia e inspecciona con ojo sabio el estado de la marea por las rocas que flotan en el esmeralda de las playas.

Y le dejo ir, no interfiero en su mundo, paso a ser una fuerza de apoyo y creo sentir que lo agradece. Aquí yacen sus antepasados y el panteón familiar está a punto para recibir una nueva generación de seres con el ciclo agotado. Yo soy sólo un vigía, dejo libre a C. andar por sus prados y recuerdos. Coto vedado, territorio personal que respeto aunque ella insiste en compartirlo conmigo. Me faltan datos. Vengo de más al sur de la memoria, otras latitudes.

Ella quiere volver, está harta de la emigración, le tira mucho su tierra, tanto que detiene el paso para oler el mar o los pastos, tocar el rocío de las flores a la entrada de los bosques de eucaliptos y casi tengo que atarla e impedir que entrara sin linterna en las umbrosas cuevas de la costa entre huellas de dinosaurios con prisas y pinturas rupestres de trazo ágil.

Voy comprendiendo paralelismos entre su vida y mi vida, entre el pasado que llama a la puerta y los deseos de mirar un futuro desde unas bases familiares y profundas.

Volví anoche solo para que C. quedara unos días con su madre. Mañana al trabajo. Al sol saliendo por el sitio de los atardeceres y al Mare Nostum que amo. Por lo visto soy un hombre nadando en los tres mares, soñando en el Caribe, queriendo a un hada del Atlántico y ganándome la vida a orillas del domesticado Mediterráneo. Así que tengo unos días de reflexión para digerir tanta agua acumulada mientras calmo las tormentas donde naufragan los sentimientos.

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