lunes, 20 de junio de 2011

Agua de vida

Echamos a andar los tres por un camino empedrado que viniendo de Betania, conducía a Jerusalén. Yo no podía apartar los ojos de ese hombre de ademanes serenos y nítida voz. Aquel encuentro auspiciado por Ubel me tenía tan fascinada que necesité ingentes esfuerzos para mantenerme centrada, pues lo que más asombro producía era la profunda sensación de cotidianeidad que emanaba de Jesús. Imagino que la culpa la tienen mi antigua formación católica, la tradición cultural de mi país, los curas, la ética y estética de la zona del mundo que me tocó al nacer y cosas por el estilo, pero lo principal estaba en la energía que me llegaba de aquel ser divino y a la vez, extraordinariamente humano. A medida que avanzábamos siguiendo el ritmo del astro en el cielo, el camino se volvía calzada. Ganaba en amplitud, calidad y concurrencia. Carretas cargadas de productos del campo ascendían la ligera cuesta tiradas por babeantes bueyes, personas a pie, como nosotros, un destacamento romano, tras un imperturbable Centurión de rabioso penacho y brioso corcel, marcaba el paso bajo la larga sombra del estandarte de la Legión con base en la ciudad santa. Había mujeres de ágiles andares, niños acarreando ánforas de vino y aceites, gentes de toda clase y condición, llenaban la vía en ambas direcciones. La vida se manifestaba ante mí de tal modo que Ubel me pidió de favor cubrirme la cabeza y tapar el rostro porque resultaba imposible disimular mi cara de española obnubilada en la Palestina del año cero. Algunas gentes reconocían a Jesús y le lanzaban saludos y para bienes, otras, más atrevidas, se acercaban a verle de cerca, le sonreían y continuaban, incluso un par de ellas le estrecharon las manos, pero para la gran mayoría de viandantes, no pasábamos de ser unas personas muy normales dentro de la corriente en movimiento de aquel amanecer. _”¡Rabí, Rabí!”_ gritó un joven, aún adolescente, tras identificar Al Maestro entre la multitud. _”¡Eliezer!”_contestó éste levantando la palma de la mano. Un par de saltos después, el chico llegó hasta nosotros precedido por una sonrisa luminosa. Jesús se agachó un poco para recibirle con los brazos abiertos. Ubel y yo dimos un paso atrás para dejar espacio y ver tan espontáneo encuentro. _”Mi madre te envía saludos, mira, ella está allí, junto a la fuente, esperando darte su agradecimiento”_anunció el joven. La madre de Eliezer padecía de dolores abdominales y reuma, hasta el día que Jesús le impuso las manos durante un cuarto de hora. Después durmió día y medio y al despertar pidió a una de sus hijas un plato de comida, lavó seis prendas de ropa y terminó la jornada, bajo el asombro de la familia, dándole a la rueda del telar doméstico al compás de viejas canciones hebreas. La enfermedad, había desaparecido y tal milagro quedó grabado en la mente de aquel muchacho para el resto de su vida hasta el punto de convertirse en uno de los primeros predicadores del legado de Cristo, aunque de él no se supo nada en años posteriores porque un mal día encontró su fin bajo el filo de un legionario borracho que le invitó a sobre vivir a un tajazo de su gladius, si tanto creía en aquel judío insolente que ellos había crucificado en el gólgota para escarnio público. La señora Ashna transpiraba buena salud, no pude evitar mirarles las manos buscando signos visibles de sus pasados padecimientos, fue inútil. Cuando llegamos a su lado, ella puso en el suelo unas vasijas de barro que contenían el preciado líquido. Bendijo a Jesús que le saludó con un beso en cada una de las mejillas. _”Veo que usted goza de muy buena salud”_le dijo el Maestro a la madre de Eliezer. _”Gracias a Dios, ya estoy bien, Rabí, posees el poder de los milagros. Definitivamente, Yahvé puso su mano sobre tu cabeza.” _ Jesús sonrió y juntó las suyas en un breve gesto de alabanza al cielo_ “Has devuelto la alegría a nuestro hogar”_ continuó Ashna_ “Toda mi familia te bendice en infinito agradecimiento”_ concluyó emocionada. La señora miró curiosa a los acompañantes del Rabí, éste, al darse cuenta, se hizo a un lado para presentarnos. _”Son amigos míos, ella viene de lejanas tierras, más allá del mar y él”_ dijo refiriéndose al callado Ubel _”Aún de más lejos” Hasta entonces no había caído en cuenta que desde mi llegada, el idioma en que hablábamos era el arameo, una lengua que no conozco en circunstancias, digamos, más “normales” pero aquí, camino de Jerusalén, la entendía y hablaba como si fuera propia. El recuerdo del don de lenguas de mi esposo, un don desarrollado a partir del regreso del arcángel a nuestras vidas, cobró un nuevo significado, al fin las barreras idiomáticas no eran un problema insalvable. La señora nos regaló su sonrisa de oreja a oreja y poniendo a continuación una expresión conspirativa, bajó la voz hasta dejarla en susurro para decir muy convencida. _”Ah, ustedes son seguidores de su palabra”. Yo afirmé con la cabeza. La mujer, con cara de haber desvelado un guardado y ajeno secreto, arrugó las cejas como confirmación de sus sospechas_ “Mi joven Eliezer, y yo misma, también lo somos” _dijo sellando una especie de pacto con nosotros. Entonces Jesús intervino para despedirse y continuar andando. Ashna recobró su tono habitual y reiteró cariños y alabanzas por él, a la vez que le ofrecía una jarra de barro cocido llena de agua fresca. _”Te doy lo que tengo, lo hago de corazón” _”Y así lo recibo”_ contestó Jesús sujetando el recipiente en una mano y un vaso del mismo material en la otra, gracias a los magníficos reflejos de Eliezer, que estaba en todo. Llenó de líquido el humilde vaso, entregó la jarra al chico y sujetó el pequeño recipiente tal como solemos hacer cuando tenemos frío y nos calentamos las manos con una taza de té. Cerró los ojos un rato, luego se asomó a la transparente superficie, como si en ella estuviera escrito algún mensaje, sonrió enigmáticamente, y me dijo. _”Bebe, en este agua hay también respuestas a tus preguntas profundas”. _” ¿Qué tiene este agua, a demás de la bendición de tus manos?”_ pregunté al coger el vaso. Jesús volvió a sonreír, se alisó el cabello, miró a la señora y el chico que no le quitaban ojo y respondió a mi pregunta. _”Es Agua de Vida. Para que seas Fuente Futura. Y puedan acudir a ti, aquellos que tengan sed, en especial él”_ y señaló a Ubel. Entonces bebí, a tragos lentos, como si cada uno de ellos contuviera en su interior el espíritu de aquel ser irrepetible. _”Gracias”_ le oí decirle Ubel a Jesús. _”Yo soy el deudor”_ respondió Cristo_”Cuida de mi madre, por favor”. _”Seguirá bajo mi protección”_ prometió el arcángel. Y sin apartar sus ojos de los míos, le dijo a Ubel. _”Y cuídala a ella, porque te digo que, un día, necesitarás de alguien que te hable de este encuentro y te haga recordar cuanto me amabas y lo amigo que fuimos” _”Así será”. _”Entonces, que así sea, Ubel arcángel”_ dijo Jesús cubriendo su cabeza con la capucha de la túnica. Y se perdió entre la multitud, camino de Jerusalén, al encuentro de sus otros amigos y futuros apóstoles, como uno más entre tantos, sin miedo ni preocupaciones, escoltado por cuatro ángeles guardianes que velaban por él todo el tiempo.

sábado, 28 de agosto de 2010

Te extraño

Cierro los ojos y dejo entrar piel a dentro la voz de la cantante británica Norma Winstone en una versión en ingles de “Te extraño” del mexicano Armando Manzanero acompañada por un pianista y un músico de clarinete barítono. Esta criatura posee la gravedad y el misterio de las canciones de antaño que, interpretada en su idioma natal, desnuda con desgarros mensajes encerrados en la suave pero cruda melodía de la obra de Manzanero mientras libera siluetas disueltas en el gris de los recuerdos bajo humos de agotados cigarros en ceniceros de garito viejo y piano de cola, copa en mano y clarinete nostálgico de una ciudad que tal vez existe o existió en algún sitio, muy lejos de rutas y mapas, entre el corazón y mi alma. No hay prisa por llegar a ningún lado, por eso desgrana la canción en acordes que apoyan el hilo central sin atropellar el final de una nota intencionadamente alargada en suspendidos armónicos cual fuente que se derrama en sutil marea sobre el atento oído acoplado al sortilegio de la magia revelada. Y a medida que la emoción se expande en la complicidad de la madera del viento que solo entra para cerrar, con aliento de barítono doblegado por dedos sabios de clarinete rendido a tanto arte, las teclas del pianista buscan precisamente las octavas dejando distancias que esta extraordinaria mujer llena con la tensa paz de su garganta. Al otro lado de mi frente, como visto desde otra orilla, una luz se enciende con chispas de proyector de añejo cine. Sobre el sucio telón de las cosas imprecisas, comienza el vacuo desfile de temas inconexos hasta que la matriarca que manda allí dentro escoge y edita motivos sacados del oscuro almacén de los olvidos poniéndolos sin orden aparente , como detenidos en rueda de reconocimiento, bajo la atenta mirada de mis pupilas interiores. Allí está mi madre, de perfil, leyendo un clásico junto a la ventana donde el mar se hace brisa y la luz más pródiga. Mi hermano vuelve del colegio y bebe agua fría con nervio de ahogado bajo el calor de la tarde. Mi perra sale a la calle buscando los pasos de papa atravesando el parque rumbo a casa. Y yo intento encontrarle sentido a las nubes que vienen del norte donde abuela y mis tías son como seres que habitan otro planeta, más allá del barrio, La Habana y Cuba. Norma Winstone entra en la mitad de la pieza con la sutil impresión de otra profunda intensidad. Hay más fondo en la interpretación, más lleno en los breves cierres y los medidos silencios. Hay más duende en la brevedad de la palabra cantada, saboreada, colgada. Expuesta a los sentimientos. Palabra cantada que no juzga. Sólo muestra y cuenta una historia humana, tuya, mía, de aquel, del otro…una de tantas. Y por un par de minutos entro en la tierra del No Tiempo. Mi adolescencia reencarna en la textura de colores y sabores vueltos a tomar. Las calles son ahora de piedra y cemento. Árboles con sombra invitan al reposo en los bancos de la avenida. La bahía es de aceite y petróleo pero los bajeles, quietos al abrigo del muelle, reflejan pulso vital en temblor de motores y niebla de chimeneas delatando orígenes de bestias mitológicas a la sombra de mástiles y grúas en reposo. Erguido a la entrada, el faro trae el andar ciclópeo del vigía tutelar que abre y cierra la puerta de quien marcha y quien regresa. En cada giro ahuyenta penas y naufragios junto a bienvenidas cargadas de mensajes promisorios dedicados a la Virgen de Regla. Y la ciudad, que tal vez existe o existió en algún sitio entre el corazón y mi alma, se transforma en pecho de mujer bajo el malva sedoso de la noche anunciada sobre el vuelo de las gaviotas retornando del mar. Pero la canción llega al final y la pantalla queda en penumbras. Sobre el escenario las imágenes regresan a los cajones como quien agota un permiso de salida. La música deja en las paredes rastros de luz que se encharcan hasta la escalera e iluminan el techo de la habitación en esta noche de verano a miles de kilómetros de mis recuerdos. Y cierro los ojos para quedarme con el sabor de lo bebido. La música es un billete que no precisa pasaporte para llevarme a lugares más allá de las fronteras inventadas. Las propias y las otras. Las que me hacen libre y prisionero. Las que cruzo a pie, como se hacía antes. Con el paso inquieto de quien se sabe camino de otros manantiales.

jueves, 19 de agosto de 2010

¿Por qué me juzgas?

Tenía veinte años y muchas hojas aún en blanco en el libro de la vida. Una novia, unos padres, amigos y parientes. Era un chico con una relación especial con su padre al que consideraba amigo, confidente, mentor y guía en las rutas temblorosas de este mundo. Y sin merma alguna en el equilibrio de amores repartidos en familia, David, que así se llamaba, era lo que se conoce como un hombre bueno que a pesar de su corta edad alejaba intranquilidades enviando a sus progenitores y hermanos mensajes a móviles en el oficio de sobre poner su paz por encima de cualquier otra cosa. Hace un año David murió. O mejor sería decir que, hace un año le dejaron morir en la calle al ser confundido por un yonqui en plena resaca. Y es que hace un año una cardiopatía no descubierta a tiempo le partió el corazón mientras cambiaba algunas piezas de su coche aparcado en una de las calles de un polígono industriar al sur de una pequeña ciudad catalana llamada Granollers. No hay lágrima suficiente en los ojos de Antonio, su padre, cuando se detiene varias veces por semana en el sitio donde su hijo agonizó bajo la indiferente mirada de las personas que llenaban el súper mercado de enfrente, los mismos que le vieron y no hicieron nada. No pidieron ayuda. No se acercaron a ver qué pasaba aunque entre él y ellos no sumaban ni sesenta metros de distancia. Al final, alguien con vocación de ángel marcó el 061 y poco después llegó una ambulancia envuelta en destellos y sirenas para certificar su fallecimiento ante un mercado, en el bordillo de la acera, bajo un joven árbol ornamental sembrado sin mucho cariño por la municipalidad y rodeado de curiosos a los que la muerte no deja de ser una extraña forma de espectáculo callejero. ¿Por qué somos así? ¿Cuándo nos convirtieron en jueces de los otros según su apariencia? Todo comienza y termina en la educación. Nos educaron en el miedo. Miedo a lo distinto y diferente, al extraño que dejaría de serlo si le conociéramos, al aspecto superficial de las cosas. Ya hubo casos de personas en trance de agonía en sitios como el Metro. Murieron sin asistencia porque sus coetáneos interpretaron mal las señales y no ofrecieron la pronta ayuda. La historia siempre se repite. En los pasos fronterizos, en la zona gris de las aduanas, siempre hay un tipo analizando tu aspecto. En las entrevistas de trabajo, las audiciones, intento quitarme el estigma de músico-caribeño-sabrosón. El tópico de cada día, siempre listo a ser el payaso en una parodia de lo que Europa piensa y cree que es Cuba. Lo intento, lo intento siempre y a veces logro el milagro pero a costa de cobrar poco. No es consuelo pero peor lo pasan las cubanas de piel mulata y mega culo cuando intentan que les vean su talento y no sus curvas. Y así nos va en medio del estrecho marco de las circunstancias. No olvido el seguimiento especial que sufrí en un interminable vuelo de Miami a Ámsterdam por parte de la tripulación de KLM tras los atentados a las torres gemelas, yo era el único no rubio, no blanco, no europeo y sentía tanto en las miradas como en el comportamiento de aquellos seres la incomodidad de mi presencia perturbadora. Fui juzgado y sentenciado al repudio por algo que no me atañe. Por mi aspecto, mi piel, mi cara, mi origen. Hay muchas formas de racismo. El racismo tienes muchas caras. Basta que te etiqueten para terminar en el rincón oscuro de las sentencias. Alguna de ellas de muerte. Descansa en Paz David.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Antes de la tormenta

El sueño es una nube atrapada entre los árboles. Estoy despierto, es madrugada y no hay manera de soltar las amarras y descansar. No ocurre siempre pero, hay noches que la bóveda del cráneo se asemeja a un planetario y las ideas y recuerdos brincan y corren como enfermos de un manicomio donde el nombre de su director abre la lista de pacientes bajo tratamiento. Cuando esto pasa, la cama se llena de espinas y ni la acompasada respiración de mi hermosa pareja, corriendo desnuda por paisajes propios y profundos, logra el milagro de quedarme horizontal, como manda la tradición y el buen dormir. Siempre me queda el cielo de la noche, las montañas que dan al norte de donde baja una brisa fresca con olores vegetales y el mar desparramado hacia el sur como animal vivo y misterioso que no cesa de moverse inquieto hasta encontrar la calma en una playa de grandes rocas muchos cientos de kilómetros, tirando recto desde el balcón de casa, en Argelia, donde tal vez otro noctámbulo se fuma un pitillo en aquella orilla imaginando cómo será el vecino español que tiene en frente, más allá del ángel tutelar que extiende velos de algodón sobre la rosa de los vientos. La misma rosa de la que soy hijo. La que gira y gira como peonza. Aspersora, inmensa. Regando gotas de nuestra existencia como abono cósmico en la Tierra. La misma que siento bajo los pies gritando que me quiere. Tengo muchas madres bajo la piel. Muchas abuelas recordándome buenos modales. Mirando mi obra a través del cristal de los espejos. Marcando el tono de los pasos en los pasillos del destino. Desplegando velas invisibles para que cada día burle las brújulas y llegue a puerto antes que la tormenta se desate y barra con todo. Y en noches como esta, ellas encienden la hoguera que ahuyenta bichos y otras alimañas. Y antes del amanecer danzan en honor mío y de mi sangre para conjurar oráculos favorables en nombre del ánima que mueve mi vida. Anónima, discreta, simple, humilde vida. En el nombre del Padre de todas las cosas. Del Hijo que soy. Y el Espíritu que anida dentro. En el ciclo donde estoy. El mismo que abandonaré cuando se toquen las puntas del aro del tiempo. Y me convierta en rayito de luz camino de La Fuente. Me sumo a la danza tomando sus dedos añosos y sabios. Chispas que alcanzan las copas de los árboles del recuerdo. Crujido de ascuas quemando el pasado. Espejismo, solo espejismo. Mi cráneo es un manicomio, lo se, pero ahora todos duermen. Bajo el humo protector. Las montañas del norte. El mar del sur. Y yo. ¿Qué hago despierto?

sábado, 20 de marzo de 2010

domingo, 3 de enero de 2010

2010

Enero abre sus puertas y deja entrar un año vestido de dudas y también buenos augurios. La razón y la pasión pujan desde los marcos para otear la niebla que flota sobre la senda de 2010 recién nacido. Lo que ocurra de ahora en adelante será, en gran medida, resultado de nuestros actos. 2010 puede ser un buen año a pesar de: la crisis, el desempleo, la tarifa de consumo, el terrorismo, hacienda, la gripe, los políticos, el trafico en hora punta, las hamburguesas, la tele basura, el hambre en el mudo, el cambio climático, la delincuencia, los huracanes y un sin fin de otras calamidades. Porque nada puede con la luz que late en los corazones. Ni hay fuerza que apague el resplandor que ilumina la oscuridad de otras cosas. Hemos despertado del sueño del consumo y nuestro espíritu crítico nos ayuda a discernir entre la madeja de estos tiempos donde anida la bondad y el buen hacer humano en un planeta enloquecido. Deseamos que nada nos corrompa, que la fe en las personas no decaiga, que los niños sigan siendo la esperanza de un mañana mejor, que los ancianos no partan sin haber dejado el tesoro de su experiencia en nuestro recuerdo consiente, que las guerras lejanas y cercanas apaguen sus ecos, que la armonía equilibre los hogares bajo el cálido manto del amor incondicional por las grandes y pequeñas cosas. Que al decir “Te quiero” pongamos una piedra más en el puente de la sinceridad, que mirarse a los ojos sin miedo sea parte del día a día y buscar la felicidad no sea una utopía sino un Derecho Humano amparado por el sentido común universal. Deseamos un 2010 mejor que el año 9. Pero sobre todo, que os cuidéis mucho para vivir este ahora que nos ha tocado y, llegado el momento, despedirle con un guiño cómplice y un pañuelo al viento sobre las lozas del anden de los trenes del olvido pues tenemos por delante... ¡toda una vida!

jueves, 28 de mayo de 2009

Regreso a la tierra

Vuelvo de lejos. De esos lugares interiores inmensos e insondables. Hubo cambio de estaciones bajo la piel del pecho y las grietas que dejó la nieve fueron cubiertas por el deshielo de los recuerdos reacomodados. Regreso al Hoy en un Ahora más parecido a un despertar luego de un coma que a otra cosa. Mientras tanto vi correr los trenes del tiempo a solas con las noticias de un planeta hermoso y terrible que amo con agridulce inquietud. Y traigo en la vuelta algo más de paz entre las venas. No mucha, tampoco hay que exagerar, pero me fui para volver de nuevo en otro rostro y otro ritmo. Sigo la crisis en directo, oliéndola, tocándola, escuchándola en las historias personales de gente cercana. Y nada puedo hacer más que sobre vivir trabajando mucho y llegando molido a la ducha al final de la tarde. C. sigue siendo refugio y manantial y su presencia a mi lado en los instantes que preceden el sueño es lo más parecido a la felicidad. Y eso es lo importante. Lo que me hace seguir y confiar el ella, el universo y en mi. ¿Es poco? No, es mucho en la aritmética del amor y los misterios del sentimiento.