martes, 31 de julio de 2007

Se nos fue Bergman

Luego del repaso inapelable que el tiempo y el exilio hace sobre la vida vivida, caigo en cuenta de lo importante que fueron para mi generación (y también otras) el cine.

Se trataba de espacios espectaculares heredados de la “cruel e inhumana etapa capitalista” por la que la sufrida isla pasó. El cine Acapulco, enorme, elegante, el América, si mal no recuerdo toda una joya del art decó y tantos otros que dejaban pensado el coco al integrarlos en una Habana a la que pertenecieron pero que ya no existía.

Los cines siempre fueron refugios adolescentes, no me libré del estigma de los primeros besos a la luz de la pantalla y a pesar de haber pasado el curso básico de cabrón-de-la-vida-tropical y depredador urbano, había algo que desarmaba mis ardores al brotar la magia del cinemascope y comenzar una historia narrada en imágenes.

Los cines fueron mis zonas francas. Lejos del archipiélago recreaban la ilusión de un territorio ajeno e invulnerable a las pancartas y la mediocridad. De la mano de mi hermano mayor me abrí al buen oficio de saber escoger los filmes que nutren y separarlos de aquellos que embrutecen, le agradezco infinitamente su divertido divercionísmo y el acierto a la hora de ampliar mi conciencia. Pero eso lo entiendo ahora, cuando veo la porquería que se filma, los cutres encartonamientos de la industria del cine dando traspiés entre fórmulas gastadas de chico busca chica, poli malo poli bueno, persecución de coches, folladera con chimenea de fondo y sábanas estratégicamente pegadas a la pelvis y el final de siempre, muerte con fuego, impacto de bala, caída de un rascacielos y así y así y así.

Los magos están muriendo y con ellos un tracito de mi juventud. Nunca podré decirles Gracias, solo seguirá encendido en mi pecho un proyector liberando arte.

Felini, Bergman, Costa Gavras, Kurosagua, oxígeno para el alma, sigo respirando.

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