domingo, 24 de junio de 2007

Solsticio

Noche breve, mucho jaleo en la costa y la montaña. Toneladas de pólvora quemándose en el cielo mientras retumban petardos por las colinas y la playa.

Noche de San Juan, aquí Dios está de vacaciones a pesar del esfuerzo de hacer protagonista a un santo. Fiesta del fuego. El purificador. Instintos ancestrales brotan en la oscuridad y nadie busca el por qué de aquello que aflora, simplemente se disfruta la comunión entre la flama y el corazón.

La gente baila sobre la arena mojada, los niños se saltan las normas y trasnochan con sus padres o duermen al amparo de las hogueras mientras los adultos sacan el animal que llevan dentro a golpe de alcohol y música.

Sobre las cinco un abanico turquesa se alza en el oriente empujado por un incendio naranja que puja en el horizonte. Miles de estrellas son barridas de golpe y la luz deja ver rostros con huellas de madrugada.

Cuando el Sol asoma su corona ha nacido una nueva era, nadie puede competir con el astro, ni el fuego que palidece entre las rocas y la arena, ni el fugaz petardo que estremece en un segundo el tímpano de los presentes.

Y nos vamos a dormir en este amanecer donde los antepasados anduvieron de rumba sin rumbo en un homenaje a la vida, el calor y el amor a esta tierra que es madre de todos nosotros mientras lanzamos un guiño al sol en este, el primer día de nuestra vida resurgidos del fuego del solsticio de verano.

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