
Después del trabajo salgo corriendo con C. a escuchar un concierto de música clásica en el Liceu de Barcelona. Cortesía de la empresa. Gratis.
C. se puso radiante, yo colgué corbata en el pescuezo e incluso encontramos buen aparcamiento a la vera de
El teatro relumbrante, la acústica perfecta pero la orquesta… sublime.
La obra del alemán Mendelssohn, cortante, agresiva, directa y profunda bajo las teclas de la pianista solista contrastó con la fuerza de la 5ta de Beethoven en sus tres movimientos.
Magia, sortilegio, misterio, emoción, mucha pasión en la armonía sublime del genio.
Atemporalidad que traslada los sentidos a lejanos lugares del interior haciendo vivir lo nuestro en otras pieles y otras vidas humanas.
Al terminar los aplausos algo de nosotros se hizo más noble y limpio. Algo dejó su agujero oscuro y se abandonó a la luz que la música transporta desde la batuta del maestro hasta la última cuerda del humilde violín.
Definitivamente, fueron ángeles.
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