Ella deshoja un trazo del tiempo con la luz de su presencia. Enciende una hoguera y me invita al cobijo de la lumbre. Hace frío y el bosque recuerda que el Norte puede ser brutal algunos días.
Le veo sentarse con la gracia de su linaje y poner a secar sus ropas empapadas a dos palmos del fuego.
Le conozco desde niño. Siempre ha sido así; hermosa, joven y fuerte. Pendiente de todo lo mío se alzó con la gracia de su tutela imperando en cada una de mis notas. Dirigió las flechas de al música hacia lejanos e inalcanzables horizontes y lloró conmigo cuando guardé la guitarra y marché al exilio.
Aquí está, humilde como siempre, sin juzgarme, sin dejarme a merced del oleaje de la soledad, guardando los tesoros ganados cuerda a cuerda. En el pasado que levita cual niebla del camino y este presente extraño y nihilista que intento enderezar.
Compañía en el fin del camino para entregar el resplandor de su extraordinaria figura
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