Me fui como tantos de
Un día subí a un avión y corté la cuerda que me ataba al comandante y sus secuaces, a su estúpida dialéctica, a su barba, a su imagen repetida vuelta y vuelta.
No me fui en una balsa, ni salté muros camino de embajadas, no desvié un vuelo hacia Florida, tampoco llegué a robar una lancha. Fue una salida normal, llena de fingida calma fruto del entrenamiento y experiencia con aduanas.
Y volé mientras
Y no he vuelto, han pasado años y años y no he vuelto por cosas que revuelven las entrañas. El odio que el anciano siente por su pueblo, maniatado, castrado y sin esperanzas. Es una de las caras de su miedo; es la pesadilla más profunda y pavorosa que pagamos todos con exilio vivas dentro o fuera de sus playas.
Somos muchas islas varadas en el mapa, la rosa de los vientos dispersa mi raza por rincones del mundo absurdos y lejanos. Extraño linaje sin tierra prometida. Pagamos el precio de ser como somos y a la vez Cuba allí donde se planta la huella de un pie venido de
No se si podré perdonar algún día esta diáspora obligada, te juro que no se, ya no se nada.
Sin embargo me levanto cada mañana y doy gracias al cielo por estar aquí y tener ganas de un futuro en mis manos, las mías no las del Estado cubano.
Mis fracasos al fin son míos, no del bloqueo, o los americanos, a la crisis mundial capitalista y esas vainas. Mis triunfos son también míos y ese gusto no lo empaña nada.
Como diría el cabronsete de Nicolás Guillén: Tengo, lo que tenía que tener.
Y de veras que lo tengo.
Y lo tengo en mi casa.
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