lunes, 18 de junio de 2007

Existo en otra parte

Me fui como tantos de la Isla, me largué lejos de sus costas a otras más normales y tranquilas. Me harté del verde olivo y de raciones, de invasiones anunciadas y jamás cumplidas, de promesas traicionadas, de controles para todo, de segurosos y sus guayaberas, de CDR hipócrita y ladino, de mentir sobre mentiras hasta perder el rumbo de mi propia identidad.

Un día subí a un avión y corté la cuerda que me ataba al comandante y sus secuaces, a su estúpida dialéctica, a su barba, a su imagen repetida vuelta y vuelta.

No me fui en una balsa, ni salté muros camino de embajadas, no desvié un vuelo hacia Florida, tampoco llegué a robar una lancha. Fue una salida normal, llena de fingida calma fruto del entrenamiento y experiencia con aduanas.

Y volé mientras La Habana se perdía tras las alas y una nube de tormenta barría el puerto, el Morro y las fábricas. Hasta salir a un cielo azul, de un azul tan limpio y claro que devolvió el alma su casa.

Y no he vuelto, han pasado años y años y no he vuelto por cosas que revuelven las entrañas. El odio que el anciano siente por su pueblo, maniatado, castrado y sin esperanzas. Es una de las caras de su miedo; es la pesadilla más profunda y pavorosa que pagamos todos con exilio vivas dentro o fuera de sus playas.

Somos muchas islas varadas en el mapa, la rosa de los vientos dispersa mi raza por rincones del mundo absurdos y lejanos. Extraño linaje sin tierra prometida. Pagamos el precio de ser como somos y a la vez Cuba allí donde se planta la huella de un pie venido de La Habana, o Santiago, Camagüey, Las Tunas, Matanzas.

No se si podré perdonar algún día esta diáspora obligada, te juro que no se, ya no se nada.

Sin embargo me levanto cada mañana y doy gracias al cielo por estar aquí y tener ganas de un futuro en mis manos, las mías no las del Estado cubano.

Mis fracasos al fin son míos, no del bloqueo, o los americanos, a la crisis mundial capitalista y esas vainas. Mis triunfos son también míos y ese gusto no lo empaña nada.

Como diría el cabronsete de Nicolás Guillén: Tengo, lo que tenía que tener.

Y de veras que lo tengo.

Y lo tengo en mi casa.

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