sábado, 28 de junio de 2008

Diaz Lanz

Siempre fue el arquetipo de la traición primigenia cuando la revolución eructaba aún las burbujas de su reciente estreno. Hombre de confianza de Fidel, valiente entre valientes, huyó cobardemente a los brazos de la gusanera miamense por lo que su nombre estaría estigmado para siempre por orden ministerial y bla, bla, bla, en fin lo que todos conocemos. Díaz Lanz se mató el jueves pasado; se pegó un tiro él solito y toda la cáscara de piña que he escrito resume el odio del gobierno cubano hacia este hombre al que se nos ordeno repudiar por los siglos de los siglos. Creo que siempre llevó mal el exilio. Hay patriotas que sufren y lloran cada día por su tierra y el paso devastador de los años crea acumulaciones de cosas que terminan aplastándolos. El olvido puede ser válvula de escape y el recuerdo una bomba de relojería peligrosamente inestable y Díaz Lanz tocó fondo luego de una vida dedicada a luchar contra el comunismo en Cuba. Los recuerdos, el tiempo, la vida que se acaba, los años que nos quedan, los resultados fallidos, los sueños rotos, las generaciones que piensan diferente, Miami en otra honda, Cuba como siempre, el fin de la guerra fría, la hipérbole de la política internacional, el fin de una era, sentirse un dinosaurio militar, los Estados Unidos de hoy, el vivir en un coche sin casa ni dinero, mirar el mar y saber que La Habana está allí, al cantío de un gallo y a la vez en otra galaxia, el sentido de la vida, su vida, la de todos, una bala en el directo, cañón contra el pecho, apretar gatillo, fin de la historia después de saber que ya se era historia. Brindis en casa de los Castro, viejas cuentas saldadas, el núcleo duro del Partido contento, en Florida lagrimas, en los libros de historia de Cuba un capítulo por reescribir, en la memoria de un pueblo una deuda. Díaz Lanz, piloto de guerra, recuerda que dentro de poco tendrás un encuentro, allí donde estés, con Fidel Castro, creo que ambos tienen mucho de que hablar. Descansa en Paz y gracias por todo.

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