lunes, 1 de octubre de 2007

Birmania

Su cuerpo flota en las aguas podridas de un lugar birmano. La piel deja ver marcas de golpes que dejaron los militares. Matar a Buda es tarea fácil cuando el otro no trae otras armas que sus manos limpias. Las dictaduras son así. Cobardes en su ensañamiento con el débil. Pero hay una fuerzo sutil y tensa en la memoria. En la paciencia del azafrán de las túnicas. No es casual que cierren Internet y los periódicos, los teléfonos y el correo. No quieren testigos los militares. Cerebros grises, angulares, eficientes. Matar un monje es asesinar una mariposa. No es posible volver a ver su vuelo, ni sus colores, ni su inocencia. Como niños. Hay muchas otras rezando en algún lugar por el alma de aquellos que mataron a sus hermanos. Aunque me faltan datos sobre el nivel de perdón que hay que tener para quienes cargaron contra la fragilidad de acero de esas personas de cabezas rapadas y aspecto pacifico, el perdón llegará de alguna forma. El problema está en la memoria anclada en el suceso. Son así las dictaduras. Alguien reza por el alma de los esbirros. El mundo intenta algo pero no es suficiente. Birmania es coto cerrado. La veda está abierta. Hay sangre en las calles. Y en mis sentimientos.

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