martes, 23 de octubre de 2007

Armide

Rugiéndole al frío y más denso que de costumbre, el motor impone su ritmo en este amanecer que no termina de nacer. La ciudad es un haz de oropel junto al mediterráneo que empequeñece por el retrovisor. La ruta del norte hace que me acompañen coches con matriculas francesas en esta noche que se vuelve malva minuto a minuto. Ya puedo relajarme al pasar el peaje y dejar atrás la histeria de los conductores barceloneses en su oficio de carros locos. Ahora estoy casi solo y la urbe es un recuerdo que se aleja. El desastre de los trenes de RENFE y el colapso de miles en busca de un medio para llegar al trabajo me hace recordar las paradojas del primer mundo, y eso que España es la octava potencia mundial, o al menos eso dicen. Contemplo la hermosa Montserrat al amanecer y comprendo su aire misterioso de ángel tutelar recortando el cielo que despierta sobre el capricho de sus picos de dientes marinos. A sus faldas pequeños pueblos preparan el desayuno y la Cataluña profunda deja la almohada oteando en las ventanas cómo será el día de hoy. A falta de leña conecto la calefacción y la pequeña cabina se llena de tibieza y aroma de ambientador. Lejos queda C. guardando su perturbadora belleza bajo las mantas que aún retienen mi olor. En los altavoces suena la infinita ternura de uno de los actos de la ópera Armide con un coro mixto de hondo empaste con la voz de la soprano cantando en francés desde su pecho cargado de armónicos para paz y placer de mis guías que callados escuchan y miran hacia fuera. La magia surge en esos instantes únicos cuando atravesando montañas partidas por la autopista leo las edades de la tierra en sus paredes con el creciente naranja que viene del oriente cual incendio estelar de un nuevo amanecer en este mundo y entonces doy gracias a todo y a todos por las cosas buenas que poseo, los dones que recibo y la alegría íntima y secreta que comparto en la humildad con los míos. Y deseo de corazón que nadie muera hoy, que nada impacte contra mí sobre el asfalto, que los fabricantes de armas tengan gripe y se queden en casa, que los dictadores se depriman y los niños tengan un bocado en sus bocas, que mis padres vivan mucho y mi hermano encuentre calma definitiva, que Cuba duerma bien su madrugada y el etarra que está preparando su bomba equivoque los cables. Una taza de café me espera en el recodo de la vía. Hago la pausa y saludo a un anciano que marcha al campo junto al nieto de a penas tres años. El ciclo continúa, la Vida continúa. Yo solo soy un grano es su playa. Un grano que espera la ola en la orilla sagrada de mi amor por Ella.

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