domingo, 2 de septiembre de 2007

Un pequeño país perfecto

Existe el país perfecto acurrucado en los pliegues de la memoria emocional del emigrante. Allí se plantan los olivos del olvido y se cuida la selección de los recuerdos. Pieza a pieza crece el andamio a partir del cual se edifica un tipo de existencia virtual en medio de otra bien distinta y cotidiana. Cuidar el país perfecto ayuda a perdonar y ser perdonado; justificaciones de toda índole pintan sus paredes de colores discretos para ahuyentar lágrimas y otros profundos dolores hasta el día que chocando con la realidad se pone a prueba la esencia misma del territorio inventado. Hoy comí con un grupo de cubanos que viven en la Isla, saben como pienso y yo se cómo piensan ellos. Entre ambos hay un abismo aparente. Salvarlo a golpe de pértiga y equilibrismo es muy fatigoso además de hipócrita, así que quitando la jodida política del medio surge “Lo Cubano” en su inmensa dimensión opacando las rijidéces del discurso oficial y dejando fuera el eterno y jovial carácter nacional a la hora de tratar cualquier tipo de tema por escabroso que sea. Entonces surge el país perfecto, donde todos y cada uno respeta el derecho ajeno a discrepar. Donde el amor a Cuba es tan abarcador que no se pone en duda el fondo de la propuesta diferente de aquel que no comparte tu proyecto. Y en ese país perfecto que sólo existió en torno a una buena mesa bañada con buen ron criollo, se crea el germen de lo que un día será mi República. Un lugar donde no se encarcele por pensar diferente y nadie se otorgue el siempre dudoso mérito de ser genuino representante de la Patria en detrimento de aquel que tiene otro pensar. Por unas horas fui muy feliz. Hay tenues luces brillando al fondo del túnel. Hay cabezas pensando en positivo dentro de la Isla de Cuba. La reconciliación ya está en marcha. Y será imparable.

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