viernes, 16 de noviembre de 2007

Madrid

Taxeando por la rampa del Prat en busca de la pista autorizada, el rechoncho Airbus 300 de vueling.com se detuvo tras un Boeing de Iberia a punto de despegar. Minutos después Barcelona es una postal aérea de increíble belleza cuando desde mi ventana del asiento seis los ojos se llenan de caprichosos dibujos formados por pueblos y comarcas que cuelgan de la gran urbe en la oscuridad de un amanecer que lanza sus últimos coletazos. El aparato vuela sobre mi barrio y mi piso dejando esa extraña sensación de vivir frente a un corredor aéreo. Ahora soy yo el protagonista de una de esas luces que cruzan cada noche el marco de las ventanas. Y me siento bien, me encanta estar aquí arriba en un amanecer sin nubes y sin vientos. Así que suavemente se coloca en el corredor aéreo de Madrid, asciende a ocho mil metros y me duermo arropado y tranquilo por el escaso pasaje y la ausencia de baches. Frente al morro del avión, la Capital del Reino de España es un anuncio que se agranda y un termómetro a cinco grados me da la bienvenida para contracción de la piel y la vejiga. Madrid me resulta enorme y familiar. Ciudad que conozco y quiero pero, entre la lejanía y la extrañeza, hoy día ocupa el lugar reservado a las cosas inútiles. Madrid es como una vieja novia que se vuelve a ver pasado muchos años. Sigue siendo linda pero ni su olor ni sus ojos levantan pasiones enterradas por el tiempo. Hago la gestión en la embajada de los Estados Unidos que originó en viaje y regreso en el vuelo de la tarde. De nuevo la luz del final del día sobre la bruma de allá abajo. Nieve en los Pirineos y olas en el Mediterráneo. Esta vez parece que voy en una carreta sobre calle empedrada. Todo vibra y el gusano del estómago se agita cada vez que perdemos sustentación pero todo termina con un aterrizaje de manual de academia y C. que espera en el coche la vuelta de su marido es un cascabel de alegría. Ya tarde, en la noche, parte de mi Alma vuelve a las alturas. A la belleza del mundo desde arriba. A la tremenda creación que nutre las pupilas y llena de extraña luz los sentimientos. A veces creo que en otra vida fui gaviota.

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