viernes, 9 de noviembre de 2007

Doy Gracias

Luego de una semana desandando los pirineos vuelvo a casa. Astrónomos de todo el mundo buscan mundos lejanos. Yo me limito a hacer kilómetros y a modo de recompensa soy premiado con la aplastante belleza de los picos, las curvas a la sombra del bosque y las gargantas de piedra que abren sus bocas a la pupila ansiosa de hermosura. Mundos lejanos a un tiro de roca. Realidades que esperan la huella del viajero con la calma de su comida típica, sus gestos, su catalán de acento regional, su sonrisa sin contaminación, su marca francesa o aragonesa, española, ibérica, europea. Cruce de senderos históricos, de leyendas profundas y miserias de la guerra civil. Ancianas encorvadas que suben y bajan lomas. Controles de carreteras de alta montaña buscando escurridizos malandros, el sol en la dorada tarde, el viento frío de extrema pureza, un recodo, un banco para sentarse, el descanso reflexivo, a casi dos mil metros los restos de un mar antiguo cuentan cuentos de aludes, hielos y cascadas que pulieron y mezclaron rocas de todo tipo con la que crearon el extraño relieve del entorno. Las sombras son largas en la tarde que se hunde con el astro que mata y da vida. La fatiga es nube negra en la autopista del regreso y al pisar bajo la noche cerrada el portal de la finca donde vivo caigo en cuenta que vengo de otro mundo al que soy indiferente porque sus relojes marchan a otro ritmo. Las montañas lejanas quedan solo en la memoria, luna en cuarto menguante y ruido de aviones, olor a gasolina y trenes rompiendo la oscuridad me devuelven a esta dimensión mientras en algún lugar, muy lejos, un halcón se acomoda en el nido con la certeza elemental de que un amanecer está en camino en su oficio de ladrón de vientos. Solo tengo palabras para dar gracias ante tanta belleza.

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