jueves, 19 de agosto de 2010

¿Por qué me juzgas?

Tenía veinte años y muchas hojas aún en blanco en el libro de la vida. Una novia, unos padres, amigos y parientes. Era un chico con una relación especial con su padre al que consideraba amigo, confidente, mentor y guía en las rutas temblorosas de este mundo. Y sin merma alguna en el equilibrio de amores repartidos en familia, David, que así se llamaba, era lo que se conoce como un hombre bueno que a pesar de su corta edad alejaba intranquilidades enviando a sus progenitores y hermanos mensajes a móviles en el oficio de sobre poner su paz por encima de cualquier otra cosa. Hace un año David murió. O mejor sería decir que, hace un año le dejaron morir en la calle al ser confundido por un yonqui en plena resaca. Y es que hace un año una cardiopatía no descubierta a tiempo le partió el corazón mientras cambiaba algunas piezas de su coche aparcado en una de las calles de un polígono industriar al sur de una pequeña ciudad catalana llamada Granollers. No hay lágrima suficiente en los ojos de Antonio, su padre, cuando se detiene varias veces por semana en el sitio donde su hijo agonizó bajo la indiferente mirada de las personas que llenaban el súper mercado de enfrente, los mismos que le vieron y no hicieron nada. No pidieron ayuda. No se acercaron a ver qué pasaba aunque entre él y ellos no sumaban ni sesenta metros de distancia. Al final, alguien con vocación de ángel marcó el 061 y poco después llegó una ambulancia envuelta en destellos y sirenas para certificar su fallecimiento ante un mercado, en el bordillo de la acera, bajo un joven árbol ornamental sembrado sin mucho cariño por la municipalidad y rodeado de curiosos a los que la muerte no deja de ser una extraña forma de espectáculo callejero. ¿Por qué somos así? ¿Cuándo nos convirtieron en jueces de los otros según su apariencia? Todo comienza y termina en la educación. Nos educaron en el miedo. Miedo a lo distinto y diferente, al extraño que dejaría de serlo si le conociéramos, al aspecto superficial de las cosas. Ya hubo casos de personas en trance de agonía en sitios como el Metro. Murieron sin asistencia porque sus coetáneos interpretaron mal las señales y no ofrecieron la pronta ayuda. La historia siempre se repite. En los pasos fronterizos, en la zona gris de las aduanas, siempre hay un tipo analizando tu aspecto. En las entrevistas de trabajo, las audiciones, intento quitarme el estigma de músico-caribeño-sabrosón. El tópico de cada día, siempre listo a ser el payaso en una parodia de lo que Europa piensa y cree que es Cuba. Lo intento, lo intento siempre y a veces logro el milagro pero a costa de cobrar poco. No es consuelo pero peor lo pasan las cubanas de piel mulata y mega culo cuando intentan que les vean su talento y no sus curvas. Y así nos va en medio del estrecho marco de las circunstancias. No olvido el seguimiento especial que sufrí en un interminable vuelo de Miami a Ámsterdam por parte de la tripulación de KLM tras los atentados a las torres gemelas, yo era el único no rubio, no blanco, no europeo y sentía tanto en las miradas como en el comportamiento de aquellos seres la incomodidad de mi presencia perturbadora. Fui juzgado y sentenciado al repudio por algo que no me atañe. Por mi aspecto, mi piel, mi cara, mi origen. Hay muchas formas de racismo. El racismo tienes muchas caras. Basta que te etiqueten para terminar en el rincón oscuro de las sentencias. Alguna de ellas de muerte. Descansa en Paz David.

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