miércoles, 11 de agosto de 2010

Antes de la tormenta

El sueño es una nube atrapada entre los árboles. Estoy despierto, es madrugada y no hay manera de soltar las amarras y descansar. No ocurre siempre pero, hay noches que la bóveda del cráneo se asemeja a un planetario y las ideas y recuerdos brincan y corren como enfermos de un manicomio donde el nombre de su director abre la lista de pacientes bajo tratamiento. Cuando esto pasa, la cama se llena de espinas y ni la acompasada respiración de mi hermosa pareja, corriendo desnuda por paisajes propios y profundos, logra el milagro de quedarme horizontal, como manda la tradición y el buen dormir. Siempre me queda el cielo de la noche, las montañas que dan al norte de donde baja una brisa fresca con olores vegetales y el mar desparramado hacia el sur como animal vivo y misterioso que no cesa de moverse inquieto hasta encontrar la calma en una playa de grandes rocas muchos cientos de kilómetros, tirando recto desde el balcón de casa, en Argelia, donde tal vez otro noctámbulo se fuma un pitillo en aquella orilla imaginando cómo será el vecino español que tiene en frente, más allá del ángel tutelar que extiende velos de algodón sobre la rosa de los vientos. La misma rosa de la que soy hijo. La que gira y gira como peonza. Aspersora, inmensa. Regando gotas de nuestra existencia como abono cósmico en la Tierra. La misma que siento bajo los pies gritando que me quiere. Tengo muchas madres bajo la piel. Muchas abuelas recordándome buenos modales. Mirando mi obra a través del cristal de los espejos. Marcando el tono de los pasos en los pasillos del destino. Desplegando velas invisibles para que cada día burle las brújulas y llegue a puerto antes que la tormenta se desate y barra con todo. Y en noches como esta, ellas encienden la hoguera que ahuyenta bichos y otras alimañas. Y antes del amanecer danzan en honor mío y de mi sangre para conjurar oráculos favorables en nombre del ánima que mueve mi vida. Anónima, discreta, simple, humilde vida. En el nombre del Padre de todas las cosas. Del Hijo que soy. Y el Espíritu que anida dentro. En el ciclo donde estoy. El mismo que abandonaré cuando se toquen las puntas del aro del tiempo. Y me convierta en rayito de luz camino de La Fuente. Me sumo a la danza tomando sus dedos añosos y sabios. Chispas que alcanzan las copas de los árboles del recuerdo. Crujido de ascuas quemando el pasado. Espejismo, solo espejismo. Mi cráneo es un manicomio, lo se, pero ahora todos duermen. Bajo el humo protector. Las montañas del norte. El mar del sur. Y yo. ¿Qué hago despierto?

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