miércoles, 4 de febrero de 2009
Gaviota
martes, 3 de febrero de 2009
Visión desde otra orilla
He vuelto del trabajo con la sensación agridulce de un país en crisis. A veces no quisiera ser testigo privilegiado del drama que sufre tanta gente. Hoy llegué temprano a una importante empresa que fabrica componentes electrónicos desde hace muchos años. Sólida y con una cartera de clientes envidiable, dicha empresa ha tirado a la puta calle a más del 80% de la plantilla y los que quedan trabajan con la desazón atada a los tobillos del corazón. Sus andares reflejan la incertidumbre del momento, el cuerpo es el espejo del alma y no contestaban a mis saludos de buenos días como si sus mentes estuvieran en otro lugar que imagino con forma de cola del paro.
La lluvia y algo de niebla complicaron la autopista y el humor de los conductores. Hay muy mala leche en el aire en el día en que la cifra del desempleo subió a tres millones trescientas mil criaturas, un millón de ellas sin prestaciones económicas por haberse agotado la de la seguridad social. Se destruyen más de seiscientos puestos de trabajo al día y eso es aterrador.
Las empresas farmacéuticas hacen su agosto por culpa del consumo de pastillas jalonadas por la depresión y sus consecuencias en el cuerpo y salud de la gente.
En medio del caos, viajando de un micro universo a otro que son las entrañas de las empresas que controlo, a veces siento algo de vergüenza por mi estabilidad laboral. No hay paro en el horizonte de la multinacional para quien trabajo, ella está en la orilla privilegiada de los poco que van sorteando el temporal con las velas deshilachadas pero sin hundirse.
Y qué decirles a esos que llegan a casa sin saber qué habrá mañana, qué llamada al despacho del jefe les torcerá la vida, qué sobre con el finiquito le espera al final de la jornada y al siguiente amanecer quedarán en casa bajo la despiadada miradas de los espejos.
Sólo me gustaría decirles que tengan fe en ellos mismos, que seguramente sus vidas han tenido otros naufragios y este es uno más aunque la fatiga les marque el rostro, que no se odien ni sean crueles consigo. Qué siempre escampa aunque dure mucho el temporal y temamos morir de gripe. Que no vean a la vida como su enemiga. Ella, la vida, es una ola que pasa y sigue. El mar es grande. Pero el ser humano también.
lunes, 2 de febrero de 2009
Banderas heladas
Bajo el frío y la nieve se reunieron, en la Puerta del Sol de Madrid el pasado domingo, una multitud pidiendo el fin de la dictadura en Cuba 50 años después de la llegada de Fidel Castro al poder sobre una nube de esperazas jamás cumplidas de un pueblo que confió y derramó sangre a favor de un cambio que no llegó.
Para mí lo esencial está en el mensaje y lectura de la manifestación en si misma. Primero por el esfuerzo de estar físicamente en la capital bajo condiciones extremas de clima abogando por una causa que está muy lejos si se mide en kilómetros y muy cerca si miramos dentro de los corazones. Cuba es y será fuente de reflexión y polémica pues ocupa un margen importante de la emotividad hispana hasta el punto de polarizar dramáticamente los puntos de vista y el color general de las manifestaciones. La ausencia indecente de la izquierda española en la petición de democracia para la isla deja abierto el debate sobre la naturaleza de las entrañas de la ideología de izquierdas en el estado español.
Las contra manifestaciones a favor de Castro en Madrid y Barcelona donde la mano y los recursos de la embajada cubana se hacían notar, dejó al descubierto uno de los matices más indecentes de los progres de este país: quieren para Cuba aquello que odian que ocurra en España. No son personas estúpidas o desinformadas, hay nivel e incluso fortunas ganadas gracias al capitalismo que detestan. Hay anti americanismo e hipocresía porque saben, y lo saben bien los de IU y compañía, que en Cuba ni hay libertad de palabra, opinión, movimiento, economía, sindical, política, jurídica, ni de prensa, comunicación y religión. Pero están ahí, bajo el frío y la nieve, gritando a favor de esa realidad totalitaria, eso si, en una lejana isla del caribe, no en sus cuentas bancarias, ni en sus viajes con pasaporte europeo, ni en su derecho a entrar donde quiera a dormir o tomar algo, no en el derecho a montar un negocio aunque sea de fabricar escobas. Y gritan y patalean sobre la escarcha de la tarde para que aquella pesadilla continúe y las putas de la Habana les sigan saliendo baratas.
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